Libertadores de América
- Iván Andrés Valdés
- 24 ene 2019
- 4 Min. de lectura
Pasaron tres días del partido más importante de nuestras vidas, el Santiago Bernabéu fue el epicentro de los 120 minutos más épicos en la historia del fútbol argentino. Un país distinto, que vive este deporte de otra manera, con sus tribunas que recibieron gritos de un lado y del otro. Hace varios años atrás, seguramente en 2011 o 2012 había una imagen que decía ‘’Me verás volver y te arrodillarás’’, una frase que para muchos resultó hasta un tanto cómica por la realidad que estaba viviendo River en aquel momento. Hoy confirmamos que esa frase se cumplió a raja tabla y hoy nos encontramos en la cima de América.

Seguramente podrán pasar días, semanas, meses o quizás años para dimensionar lo que Gallardo y su equipo consiguió, una victoria ante Boca en la final de una Copa Libertadores con todos los gustos. Un partido que empezó siendo difícil porque hubo que remontar un gol en contra, volver a encontrar un sentido al plan que estaba diseñado para empezar a reconvertir lo que se estaba haciendo hasta el momento. La solución estuvo en el banco de los suplentes, o al menos gran parte de ella para empezar a inclinar la balanza y la historia se termine yendo con nosotros sobre el final de este compromiso.
Tiempo atrás pensaba que la épica, adrenalina y las sensaciones de nervios solamente podían ser compatibles con las últimas fechas del torneo nacional, cuando Almeyda buscana el retorno a primera. En ese momento había un River que venía a los tumbos y que por amor propio o las figuras individuales, siempre se encontró un ‘’As’’ bajo la manga para sacar un buen resultado. Esa idea cambió en la semifinal de la Sudamericana cuando vivimos ese Súperclásico en el Monumental con una victoria de 1 a 0, pero el verdadero sentido de lo que expresé al inicio de este párrafo lo viví el domingo pasado.
Durante el entretiempo se sintió el golpe de estar abajo en el marcador, era claro que nuestro equipo no había respondido de la manera que pretendíamos. Pero allí me acorde de la semifinal ante Gremio, un panorama muchísimo más complicado por el clima que se estaba viviendo en la cancha y el temor de lo que podía pasar después. En ese momento, el ‘’Millo’’ había tenido unos muy buenos 45 minutos, pero el marcador global lo tenía dos goles abajo y en poco menos de 10 minutos llegaron dos golpes que dejaron al campeón de América de rodillas.
Este equipo a lo largo de toda la competencia demostró su fortaleza más grande: la mentalidad ganadora que viene siendo uno de los ejes del equipo de Gallardo. Eso junto con otras combinaciones de buen juego y la asociación colectiva de cada uno de sus jugadores terminaron siendo una mezcla que terminó en lo que vimos el domingo pasado: un grupo campeón. Algo que no se vio en la semifinal del año pasado ante Lanús, donde un gol comenzó a desmoronar todo lo que se había construido hasta ese entonces.
Remarco la fortaleza mental porque sin eso, por más que estén los mejores jugadores del mundo concentrados en un mismo no hay un trabajo en equipo. La templanza fue importante en distintos momentos: cuando se estaba abajo del marcador como fue en esta serie o contra Independiente, en los instantes que el rival era superior y lo acorralaba contra un arco como con Racing. O donde simplemente las cosas no estaban saliendo de la manera que uno lo esperaba, inclusive cuando se planificaba todo como ser el ejemplo de Gremio en la semifinal.
Esta vez River no tuvo una columna vertebral como Barovero, Maidana, Funes Mori, Ponzio, Kranevitter, Mora, Teo o Alario, pero si tuvo a Armani, Maidana, Pinola, Enzo Pérez, Ponzio, Borré y Pratto. Quizás puedan tener un montón de diferencias en cuanto al juego, disposición táctica, pero tuvieron presente la forma de hacerse valer ante la adversidad. Los nombres cambiaron, los años pasaron. Aun así, las bases de los equipos que propone nuestro entrador quedaron más firmes que nunca.
Es difícil poder digerir lo que pasó en esta era, todo parece estar muy fresco que todavía no caemos al tener una figura que iguala la línea ganadora de Ramón Díaz. En tan sólo cuatro años, Marcelo cosechó más títulos internacionales, de carácter oficial, que en 114 años de historia, dejando la marca de ser el único entrenador que pudo conseguir dos libertadores en River. Sin considerar otro objetivos como obtener torneos que nunca fueron conseguidos hasta ese momento como la Sudamericana, la Recopa.
Todo esto que digo se confirma con un hecho: el día siguiente de haber conseguido la Libertadores se había cumplido cuatro años de la obtención de la Copa Sudamericana. Una estrella que representó algo más un logro porque, entre tantas cosas se habían cortado 17 años de sequía en copas internacionales. Además se habían concretado varias cosas como el invicto contra Boca en todas las presentaciones tanto de forma oficial como amistosa, el torneo final con Ramón y la Súperfinal ante San Lorenzo.
El golpe deportivo más grande de nuestra historia nos sirvió para darnos cuenta que algo estábamos haciendo mal, el camino que habíamos tomado no era el correcto. El balance en ese tiempo había determinado que tuvimos muchos errores, algunos que fueron imperdonables y dejaron secuelas como las económicas. La historia pedía la vuelta de esos grandes nombres tuvieron la chance de plasmar su nombre en las hojas de las páginas doradas del club.
Desde el 2014, esas personas empezaron a llegar: algunos acompañados por el nombre del último presidente y otros porque vieron que lo que estaba pasando era algo distinto. Hoy River volvió a ser River, trepamos un podio más en la escalera de los grandes equipos de américa y todavía nos queda mucho más. Este es momento que hay que darse cuenta que tenemos una senda ganadora en base a un trabajo que lleva mucho tiempo de planificación.
Hoy nos podemos dar el gusto de decir que somos campeones. De América, del Bernabéu, como lo quieras llamar y todo eso gracias al ‘’Muñeco’’.


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